La tipografía imitaba, en un principio, la caligrafía. Con el tiempo se fue optando por los tipos más legibles y fáciles de entender, una decisión vinculada además a los adelantos técnicos.
Los tipos móviles originarios fueron desarrollados por Johannes Gutenberg (1398-1468), aunque dichos experimentos ya eran realizados por los chinos en el siglo XI. Gutenberg se dedicó a grabar los caracteres en relieve de manera inversa sobre una matriz hecha de acero y, en 1445, logró crear el primer libro impreso de Occidente la Biblia. Un libro el citado, que también es conocido como la Biblia de 42
líneas, en alusión al número de líneas que daba forma a cada página.
A la hora de hablar de tipos, que son cada una de las clases de
letras existentes o de las piezas de la imprenta que se usan para
realzar una letra o signo en concreto, tenemos que subrayar el hecho de
que aquellos cuentan con una serie de componentes que forman lo que es
su anatomía. Así, por ejemplo, poseen una altura, astas, un brazo, cola,
una determinada inclinación, remates e incluso una oreja.
De esta manera, partiendo de este conjunto de elementos y de otros
muchos más, se lleva a cabo el establecimiento de dos clasificaciones de
tipos: histórica o por forma.
En el caso de la primera modalidad citada podemos hablar que se
compone de tipos antiguos, egipcios o modernos, entre otros. Mientras,
en la segunda este conjunto de letras se diferencian en base a si tienen
o no remates que faciliten o dificulten lo que es su
lectura
En el siglo XIX, la tipografía apostó por dos grandes técnicas: la monotipia (donde cada símbolo es fundido en relieve de manera aislada) y la linotipia (las líneas completas son fundidas por separado y, al finalizar la impresión, se vuelve a fundir todo).
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